Marina y Chester se conocieron un día de verano en plena pandemia mundial. No pasó mucho tiempo antes de que se dieran cuenta de que se entendían a la perfección, como si ya se hubieran conocido de toda la vida.

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Quizás fue cuando treparon a un árbol y, de repente, un saxofonista comenzó a tocar desde algún rincón de Hampstead Heath. O tal vez fue cuando entraron al pub, justo en el momento en que una mosca se coló en la garganta de Chester, desatando un ataque de tos imparable (recordemos que era época de covid), un episodio que inauguró una serie interminable de anécdotas que seguirán arrancándole risas a Marina mientras Chester siga siendo Chester.

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O quizás fue cuando caminaron por las calles adoquinadas de Hampstead, experimentando esa sensación extraña y luminosa que sólo ocurre en los momentos que definen una vida.

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De alguna forma, ambos lo supieron desde esa primera tarde: por un golpe de fortuna cósmica, las estrellas se habían alineado y habían encontrado en el otro a su compañero de viaje.